viernes, 18 de enero de 2008

Carta a Pepe


Querido Pepe,
El sábado recién pasado a las 19:30 horas partiste. Tuviste una muerte tranquila. Como dijo el Médico te apagaste como una vela y según la Vero tenías una expresión de paz en tu rostro que dentro de la tremenda pena que está viviendo, la dejó un tanto tranquila. Ya no habrán más tubos invasivos para tí , ya no más pinchazos ni examenes de alto riesgo. Te fuiste como quién se va a un viaje incierto, pero fascinante a la vez.
Tú que eras tan buen lector no te llevaste ninguna de tus colecciones ni tu Cds de Los Carpenter ni el soundtrack de Requiem para un sueño, así como no te llevaste tu sombrero de Panamá ni tu chaqueta blanca de lino, ni el Sirah que dijiste que ibas a abrir cuando salieras de la Clínica, pero nos dejaste tu alegría, el amor a la familia y a la vida.
Tampoco pudiste hacer el asado que le prometiste a cada uno de los funcionarios de la Uci en señal de agradecimiento por la atención. Quedaron cosas pendientes, todas sin mayor importancia porque te encargaste antes de partir de todos los trámites que la Vero no sería capáz de hacer después de tu ida. Pepe querido tú siempre tan visionario y tan adelantado, pensando que eramos incompetentes en lo que se refería a documentación. Una vez me dijiste que lo único malo que tenían las mujeres era ser corazón de abuela porque no veíamos las dobles intenciones de las personas hasta que caíamos.
Me acuerdo de ese día que te fueron a visitar Los Heraldos de la Virgen de Fátima y te llevaron la imagen de la Inmaculada. La pieza de la Clínica se llenó de paz y mucha gente se puso de rodillas, incluso esa enfermera con la que tanto peliabas rezó por ti y yo olvidé el Ave María porque el recogimiento fue mayor. El Heraldo habló de los designios de Dios y de los ciclos de la vida, como volviamos a ser niños en alguna parte de nuestras vidas y dependiamos nuevamente de una mano que nos ayudara.Fue una tarde en familia, llena de amigos y de fe. Todos sentimos la presencia de Dios . La finalizamos viendo Ana y el Rey, esa película que según tú siempre empezabas y nunca terminabas y por los Ventanales de tu pieza veíamos esconderse el sol por el Cerro San Cristóbal.
Toda tu enfermedad fue una profunda prueba de fe y de compromiso. Tuvimos días malos, pésimos e insoportables, pero también tuvimos días de esperanza, de alegrías y de conversaciones en donde ordenamos nuestros afectos y descubrimos que no estabamos solos frente a la muerte y que aunque siempre la consideramos infame mostró su cara amable al darnos tiempo de despedirnos en silencio porque a pesar de la tremenda angustia que a veces nos llenaba el corazón siempre estuvimos levantando nuestro cuerpo para que tú no créyeras que tenías que dejar de luchar por no hacerle daños a los demás y cuando volviste a la vida, después de esa semana de lucha interminable tanto en la Católica como en la Clínica nos dimos cuenta que el poder de la oración y de la fe hacen más que cualquier plasmaferesis o droga.
Como olvidar las oraciones de la Jaque, la que siendo amiga de tu mujer se convirtió en tu maestro espíritual, aunque después la trataras de fanática porque según tú, ella no te dejó partir. La verdad mi querido Pepe que si no partiste fue porque no era tu momento y porque Dios quería darnos a todos la oportunidad de volver a vivir porque no fuiste solo tú él que salió del coma sino todos los que en algún minuto perdimos la fe. Tampoco vamos a olividar el día en que los niños fueron a despedirse de tí y el Lucas nos demostró cual era el verdadero amor en los momentos de desesperación y a pesar de que es un niño se desprendió de su pena y de sus miedos como un hombre valiente para dejarte descansar, a pesar que su hermano sufría con esta realidad que no esperabamos y que tantas veces nos superaba.
Te vamos a extrañar. Extrañaremos tus palabras, tus consejos, tu hospitalidad y tu intelecto. Extrañaremos no escucharte de nuevo ni sentir tus palmetazos o tus bromas sarcásticas. Extrañaremos a ese Linzmayer entero y lleno de convicción que le molestaba la burocracia, la mediocridad, la deslealtad y que era tajante a la hora de definir posturas y afectos. Ese Pepe que resultó ser una máquina compleja que costaba entender, pero que era imposible no querer.
Estoy segura querido Pepe que nos vas a acompañar más cerca de lo que podemos esperar e imaginar y que las brisas del verano traeran a nuestras vidas ese cariño que siempre demostraste por los que te importabamos.
Con amor.
Valeria
Carta a José Antonio Linzmayer en el día de su funeral, Lunes 14 de enero de 2008

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